Un templo sin nombre
Muchos conocéis ya esta curiosa construcción, con sus peculiares almenas, mirador de excelencia sobre el Duratón y sobre el cerro que en tiempos ocupó Bernuy.
Recuerdo bien el camino hasta el embalse de las Vencías, que luego visitaremos, cuya primera parada allí es obligada. Se llega en poco más de cinco minutos desde San Miguel de Bernuy, bordeando el Duratón por su margen izquierda, nada más atravesar el puente medieval que cruzó en tiempos la Reina Católica, según rezan las crónicas.
hemos dejado el icónico Durtón del anacorete San Frutos para entrar en lo que yo llamo el otro Duratón, ese río mágico tan importante en nuestra geografía y al que el poeta Dionisio Ruidrejo definía como "río viejo, no sólo como cauce de nieve derretida, sino como orilla de la vida humana".
No estamos ahora en el tramo de hoces, aguas arriba que le ha dado renombre, en tierras de Sepúlveda; nos encontramos en su comunidad lindera al norte, donde reinan en armonía farallones rocosos y páramos regados por el río, surcados además por riachuelos y fuentes que dieron nombre a la cabeza de su alfoz, la villa de Fontedonna, hoy Fuentidueña.
Estamos en San Miguel de Bernuy, enfrente del cerro que una vez ocupó Bernoie.
A poca distancia, encontramos Los Ermitones. El edificio, sin cubierta, ha perdido su pasado esplendor, pero conserva aún un aura de misterio que lo llena de atractivo. A simple vista, su traza románica bajomedieval nos muestra una planta rectangular, de ábside plano, y los restos de un atrio cerrado por un peculiar muro exterior que asemeja a una diminuta muralla almenada. No es la única sorpresa en su fachada: en una esquina, cerca del suelo y colocada al revés, una losa funeraria en piedra caliza, ilegible y muy deteriorada, posiblemente de la época romana, llama la atención y también son apreciables nichos en sus paredes e incluso restos de un arco de herradura.