
La iglesia quemada
El piedemonte del Guadarrama, pasada La Salceda, se abre paso a través de la Cañada Real Soriana Occidental, y a sus pies, hermosas extensiones de robles, fresnos y álamos aportan al paisaje miles de diferentes matices según la estación. En las zonas más abiertas, la jara, y en el valle, allá abajo, en la estación húmeda, vemos brillar el río. Multitud de caminos convergen bañados en luz. Son tierras de Santiuste de Pedraza.
No nos obstinemos en
encontrar una población llamada Santiuste de Pedraza, por mucho que nos empeñemos o que el indicador nos anuncie. Santiuste no es más que un recuerdo, en ruinas, de una aldea que dejó de existir hace ya siglos pero
que pervive dando nombre a un conjunto de cuatro pequeños barrios que su Concejo aglutina: Chavida, La Mata, Requijada y Urbanos.
Vamos a tomar ahora uno de los caminos de misa, él que desde Urbanos, siguiendo el río, nos llevará a las ruinas de lo que en tiempos fue Santiuste, el despoblado de Sancti Iusti o Sant Yuste, que se deja ver enseguida, en forma de torre de iglesia, aún erguida, sobre un pequeño cerro, Los Alamillos.
Pocas noticias tenemos de esta localidad que no aparece como tal en documentación medieval alguna; intuimos no obstante que Sant Yuste pudo ser repoblado, como tantos lugares de la provincia en los siglos XI o XII: surgió y desapareció dejando tan sólo restos de viviendas esparcidos en su loma, y una notable panorámica del Guadarrama.
Dejó en herencia una iglesia parroquial, Santos Justo y Pastor, perfectamente accesible desde los barrios por sus correspondientes caminos de misa, y que puede verse, en su promontorio desde cualquier punto de la zona.
No hay culto ya, con excepción del dedicado a sus muertos, pues el cementerio sigue allí. San Justo, que fue varias veces expoliada por su solitario emplazamiento, acabó su vida útil a causa de un incendio en 1930. Fue entonces cuando el templo se abandonó y pasó a ir olvidando su origen y su nombre para ser conocido como la iglesia quemada.
La humildad de sus materiales de San Justo nos habla de la austeridad del románico pedrazano, de la que es una de sus señas de identidad. Y, sin embargo, la ruina aglutina el paisaje y marca el territorio en presencia y en ausencia; ahora es la muerte la que habita en su cerro, que preside estas tierras casi despobladas y guarda la memoria de los que ya se fueron.
En su exterior, un ábside con tres vanos y una fila de canecillos delatan su origen románico, posiblemente del XIII, como tantas de la geografía segoviana, pero es la torre la que sobresale por su contundente y poderosa presencia; circundada por otra colección de canecillos, exhibe un cuerpo de sillares en la parte superior, y una única gárgola, posiblemente de época posterior, con apariencia ovina, se asoma al vacío.
En su decadencia, el
interior de su templo da también muestras de su origen indiscutible y de su
preeminencia perdida. A falta de uno de sus muros, en el recinto, ahora ya
vallado por el peligro de derrumbe, se intuyen tres naves, una hermosa bóveda
de cañón sobre su presbiterio e incluso restos de policromía.