De San Cristóbal del Enebral a San Roque de Duruelo
Escondida de ojos curiosos en lo profundo de un sabinar, y no un enebral como reza su apellido, las ruinas de San Cristóbal, sobre la misma cima del monte Rincón de la Vega, no son fáciles de encontrar; a San Cristóbal hay que salir a buscarlo y el paisaje que verás desde allí te recompensará... La "ermitona", tal como llamaban a la iglesia las gentes de la zona, puede no haber resistido el paso del tiempo pero ha dejado su huella en un paraje que guarda una sorpresa añadida. Además, si vas a Duruelo, te contarán que su campana aún repica en la espadaña de su iglesia, pero, eso sí, con la leyenda "Soy de San Cristóbal".
A San Cristóbal hay que imaginarlo. La ruina tan solo permite intuir su planta rectangular y su ábside recto, construidos aprovechando una elevación natural del terreno.
Del calicanto de su fábrica, esparcido por la zona, sólo restos de tres de sus muros permanecen aún en pie, ya descarnados y sin ningún tipo de ornamento, y queremos ver un pequeño vano con un sencillo arco en uno de ellos.
Desde la altura, tendrás una hermosa panorámica de la sierra de Ayllón y de la planicie sepulvedana.
🚶Llegar a San Cristóbal no es para nada fácil. Para visitar el viejo despoblado deberás llegar a Los Cortos, una pedanía de Duruelo, en tierras de Sepúlveda, y caminar desde allí por una senda que a la derecha, al final de la población te llevará hasta el hotel rural Rincón de la Vega, en un monte de enebros.
Desde allí te recomiendo seguir la ruta que acompaño, pues San Cristóbal está bien escondido en la cima del monte, camuflado entre sabinas.
La iglesia del despoblado de San Cristóbal, aunque asociada a Duruelo, del que en tiempos dependió, está en el término de Santa Marta del Cerro. Como en tantos casos, se trataba del templo de una población, una aldea escondida, de difícil accesibilidad, construida posiblemente siglos antes de la repoblación a juzgar por las tumbas antropomorfas encontradas al lado y datadas alrededor del siglo X. San Cristóbal del Enebral fue una de las nueve aldeas que llevaron el nombre de este santo en la actual provincia de Segovia.
En terreno difícil pero de indudable belleza, parece increíble que la población resistiera el forzado aislamiento hasta el siglo XIX, momento en que posiblemente se despobló, y sólo la proximidad del río Caslilla puede interpretarse como un factor de supervivencia.